martes, 22 de marzo de 2011

Buscaba afecto con los medios más primitivos, y en su cabeza ya sentía como le iban tomando la casa y se encerraba mentalmente, atado y sin poder esquivar esas paredes que cada vez se le achicaban más.
Salió lo más rápido que pudo del departamento. Casi que voló sobre las escaleras. En el trayecto por poco que se le enganchan los pies pero se tomó fuertemente del pasamanos y siguió velozmente el camino hacia la puerta. Falló al primer intento de colocar las llaves, si no se apresuraba ni el imagina se imaginaba qué le podrían pasar.
Una luz blanca y brillante lo cegó. Girando y dejándose caer de espaldas contra la pared cayó sentado en el piso de relucientes, aunque realmente viejas, baldosas verdes donde a el le gustaba recostarse los recreos y las noches de verano. El frío y crudo piso lo tranquilizaba, porque sus otros sentidos no hacían más que confundirlo enviando paquetes de información que el no podía descodificar. No conseguía ver nada, o no sabía si no podía ver o si veía algo brillante y blanco, o un vacío absoluto y sin luz, no diferenciaba de si se encontraba bajo un silencio atroz o si los oídos se encontraban saturados por un ruido ensordecedor. Le quedaban cada vez menos habitaciones a las que escapar. Intentó buscar las manos, pero fue inútil, aunque de cierto modo el sabía que estaban ahí. Se lanzó de rostro al piso, y se sintió reconfortado al chocar la mejilla contra la fría cerámica. Aún sin poder ver, se movió de manera tal que el supuso ahora debía encontrarse acostado boca arriba, y de no ser por el contacto del suelo con las piernas desnudas el no podría haber siquiera supuesto que se encontraba acostado en la tierra y no flotando en el vacío o perdido en el eter.
Quedó congelado mientras que muy de a poco y lentamente lo iban ocupando y su limite se acercaba hasta casi rozarle la nariz.
La negra entró y lo encontró medio sentado en el suelo, la boca entreabierta y los ojos cerrados brotando lagrimas pausadamente.

domingo, 20 de marzo de 2011

Entonces esa boca que lo enloquecía mordía el anzuelo y repetía palabras sin sentido. El la contemplaba, irritado por no poseerla, hermosa por naturaleza, filosa y más dulce que cualquier fruta. La deseaba, se relamía y se hundía en su perverso mundo de fantasías y deseos. Ella le hablaba sin mirarlo a los ojos, con la espalda apenas curvada intentando esconder la mano que jugaba ansiosa con el encendedor, mientras que la otra llevaba el chispeante cigarro. Buscaba tomarla por sorpresa, pero sentía que era constantemente analizado de reojo y la idea lo paralizaba.