domingo, 20 de marzo de 2011
Entonces esa boca que lo enloquecía mordía el anzuelo y repetía palabras sin sentido. El la contemplaba, irritado por no poseerla, hermosa por naturaleza, filosa y más dulce que cualquier fruta. La deseaba, se relamía y se hundía en su perverso mundo de fantasías y deseos. Ella le hablaba sin mirarlo a los ojos, con la espalda apenas curvada intentando esconder la mano que jugaba ansiosa con el encendedor, mientras que la otra llevaba el chispeante cigarro. Buscaba tomarla por sorpresa, pero sentía que era constantemente analizado de reojo y la idea lo paralizaba.