martes, 23 de abril de 2013

Noche XV

-Pero lo mejor que podes hacer con un tipo así
es dejarlo fuera de juego, Dani.
Es mediático y jugado, suele irse de boca...
Lo mismo si pierde o si gana, duro como el solo,
siempre termina por ponerse a los poderosos en su contra,
y sin saberlo malabarea con corazones ajenos, indefensos,
generaciones y pasiones, con tripa y alma al descubierto,
la sonrisa de los muchachos, los ojos de la morocha,
la bronca de la banda que ataca primitivamente,
el grito desenfrenado y la emoción única...
¡Los colores y el amor!¡Eso siempre primero!

-La verdad es que...-a Dani lo dejaron sin palabras, así que se limitó a tomar con firmeza la tibia manija de su taza de café, elevando los hombros entre la cabeza, mientras le daba fin a esta -Y sí, es así, otra no queda, cuando tenes razón tenes razón. -le dijo mientras se quedaba mirando el fondo vacío y apenas manchado por lo que restaba del negro café.

Se rieron un poco más y quedaron en reencontrarse el sábado para ir a la cancha a ver el partido de su tan amado Huracán. Se despidieron con un abrazo, unas palmadas en los hombros, un llamame si necesitas algo y la sonrisa de amigo. Tuvo una extraña sensación al tacto con el abrigo de Manuel cuando se despidió de el, pero lo alegró sentir que en sus guantazos le retiraba el frió, y cierto peso que ahora no sabía por qué cargaban sus manos. Logró encender un pucho que cortó la soledad que sentía iba a aparecer a la vuelta de la esquina, cuando ella que se alejaba, cuando ya lo había perdido de vista al flaco. Era temprano para volver, y tenía seca la garganta. Caminó hasta el viejo bodegón con la persiana medio baja, la golpeó dos veces con la mano y saludó con un gesto a Vicente que estaba acomodando las copas detrás del mostrador. A mediados de su segundo wishky notó las paredes despintadas por las pocas luces que quedaban en la barra y la cocina donde se veía a los ayudantes limpiando y preparando todo para terminar su jornada. No supo tampoco en que momento fue que la radio se desconectó, o si esta también fue atenuándose hasta resultar inaudible, invisible. El sabía que Vicente no le iba a negar otra copa, tampoco lo iba a apurar porque estaban cerrando el local, menos con lo que le había pasado, pero ya sentía las manos pesadas, tirando de los hombros, haciéndolos caer, el cuello quebrado mirando hacia abajo, el pecho hueco y el estómago vencido.
Entonces fue como aquella, la primer noche, pasó a la historia.