domingo, 24 de abril de 2016

Fue un día hermoso, el otro día. Llegué caminando al parque. No hizo falta ni que despliegue las velas, ni busque orientarme con la brújula o las estrellas, mucho menos volver a naufragar y perderme en un horizonte eterno. Cerré los ojos y me guié con la nariz. Olí la sal y la infusión que acompañamos tantas veces con este frío que nos muerde los huesos. Cerré los ojos y me deje llevar con el recuerdo. Escuché algunos pajaritos que canturreaban tímidos con los pocos rayos de sol que me pintaban la cara en la mañana de la zona sur porteña. Escuché el rechinar de mi bicicleta china soportando nuestro peso en la vertiginosa bajada, y el saludo de Dani que me trajo tantos recuerdos de niñez y alegría. De todos modos, siempre me generó nostalgia, y hablar de alegría tantas veces se presenta como un desafío en la cabeza, un enorme muro que me separa la vida y el presente. Cerré los ojos y te toqué las manos. Te recorrí con la yema de los diez dedos, mezclándome con vos, subiendo sin detenerme, muñecas, codos, hombros. Apoyé la frente en tu nuca. Cerré los ojos y te olí, entonces con la boca te besé la espalda. Abrí los ojos y tenía 7 años. Era un día hermoso, pero ese muro me rodeaba, podía saltarlo, podía intentar pasar del otro lado, pero que pasa si allá no tengo mi defensa y ....puf! ¡Qué terror nene! Entonces volví a abrir los ojos, y tenía 13. En ese momento no iba al parque, como tampoco lo hice en este último tiempo. El muro seguía ahí, pero había tomado una forma extraña, una burbuja lo cerraba. Frágil vibraba con el viento, pero ahí seguía. Correteaba adentro, cómodo, aunque sin conciencia. Pero cada tanto me miraba los pies, y me veía tropezando, con zancadas erráticas, tal vez torpes, corriendo contra la pared que se mantenía a una distancia que parecía fija e ilimitada. Cada vez me miraba más los pies y pensaba -UY! Como me voy a romper el alma cuando me caiga!-. Cerré lo ojos y me guié con la lengua. Cuando me quemé con el alcohol barato o el humo que nos llenaba los cachetes. Abrí  los ojos y...pum! Profecía autocumplida! Miré un reloj y desesperadamente le grité que se detuviera, que era hermoso! No lo cuidé, o eso creo. Cerré los ojos, y los abrí en un día hermoso donde el muro mostraba una grandiosa puerta, disponible para pasar. El sol y los parajos coronaban un marco estupendo, y el rompecabezas de mi alma tantas veces rota y enmendada dibujaba el mapa que había perdido. Pero cerré los ojos otra vez, y no te vi más. Me guié con la nariz, sofocado buscando aire que no encontraba. Abrí la boca y saqué la lengua qué estaba seca y blanca. Otra vez morí en vida, y después de mirarme los pies trastabillando me volvi a ver rompiéndome el alma. Con los ojos cerrados, te toqué las manos, te besé la nuca, te mordí la boca y me caí, y me partí en mil pedazos, de esos que vuelan y hieren como metralla a su alrededor. Te vi herida, juntando trozos rotos, arrodillada, con fragmentos clavados y los dedos lastimados. Me desesperé y los cerré más fuertes, intentando no dejar escapar las lágrimas. Los abrí para volver a verme los pies ...pum!
Cerré los ojos y era simplemente otro día.
Los abrí y en ellos tenía grabado tu ser. Atravesé el muro, abrazando lo que amo con el corazón desnudo y buscando perdonarme, porque pasa que cuando los cierro lo que veo es la onda expansiva, el daño de mi estallido, pedazos filosos e hirientes que tantas veces junté para rearmar la vasija donde guardo el alma, ese diamante que te mostré, manchados con tu dolor, mi terror. Abro los ojos para llorar, para despertar de tanta pesadilla. Voy al parque, tantas veces nuestro parque, pienso en mi fantasía y mis contradicciones, mis locuras y mi amor. Pienso y crezco, crezco y lamento, lamento y lloro, lloro y perdono, perdono y me abrazo solo, esperando mi calor te llegue. Cierro los ojos en otro nuevo día, negrita, y el sol me pinta la cara, el amor me llena el pecho, y sigo rearmando la vasija, que manchamos con besos, cuerpos, amor y dolor.