martes, 31 de mayo de 2011
aire y luz
Hay un pueblo allá en el norte, donde no llega el veneno de la televisión, ni la radio, ni el internet. Donde el viento corre puro en el aire, entre los cerros y las quebradas, y el sol calienta la tierra sin interferencias. Ahí donde en una humilde casa una familia prepara el almuerzo, la nena ayuda a su madre a desgranar el choclo, mientras ella en un seco y rápido movimiento de mano y muñeca le retuerce el pescuezo a una gallina que fugazmente patea y se desvanece. El hijo que le sigue ayuda a poner la mesa, mientras que el primogénito mira atentamente a los misteriosos visitantes hablando con el hermano restante. La más pequeña se dispone a leer un pesado libro de biología con la tapa tan gastada que apenas se distingue la fotografía de lo que parece ser un lobo y la gran tipografía blanca. En este mediodía soleado y fresco nada contamina. Se escuchan los gritos de los chicos jugando a la pelota y la madre que llama a juancito y decile a tus hermanos que vengan a comer, acompañado de quejidos y saludos infantiles. Se dispone la mesa y somos el centro de atención, con nuestras grandes planillas móviles y coloridas, y nuestros cuentos de ciudad, y nuestros que rico el pollo, nuestra extraña vestimenta y nuestra manera hablar, movernos, y ser. El segundo más pequeño lee en voz alta el proceso de mitosis que realizan las células y se dispone a responder cualquier tipo de duda, en tanto la más pequeña canta y juega con una muñeca causando risas y ternura en todos menos en el celoso hermanito que intenta acaparar la atención y la madre lo reta para que deje cantar en paz a Lucía. El aire se comienza a viciar de silencio y las panzas llenas se ocupan de llenar el corazón, el monte llama con un guiño de ojo y nos disponemos a escalar un poco hasta que nos gane la siesta. Hay olor a maíz fecundo y a tierra y yuyo calentándose, y un vos que me sonríe y me llena el corazón. Luisito que nos sigue y se divierte mostrándonos sus atajos y las rocas firmes, nosotros que encontramos un lugar playo y nos recostamos a asimilar todo el celeste que podamos, que parece estar más cerca que nunca y a calentarnos la sangre con la luz de media tarde. En un extraño sueño una excéntrica banda de jazz fusión crea fantástica música en un pedazo de calle de nuestra amada Buenos Aires extirpada de su lugar de origen y clavada en un frío glaciar de alta montaña, mientras una mariposa enamorada me cuenta al oído que cada vez que piensa en su compañera se le llenan de personitas la panza, y mi bloque de hielo que se va poblando de curiosos que caminaban por ahí mientras te busco y no te encuentro. Luisito me lanza un anzuelo al que quedo atado y me rescata de ese sueño para mostrarme un nido de mulitas y me cuenta como su abuelo tiene un charango hecho con una igualita a esa que se está escapando. Todavía saboreaba mi sueño y me comenzaba a despegar de la piel el frío que el glaciar había irradiado en mi, y vos estabas ahí lejos, unos 70 metros, curioseando la vista panorámica que te daba la altura, escapandole al tiempo, congelada en la belleza, en tu belleza.